Todos sabéis el cariño que sentimos por Jane Goodall. En los últimos días de diciembre recibimos una triste noticia de parte de Federico Bogdanowicz, del Instituto Jane Goodall. Un chimpancé muy querido por Jane, Grégorie, fallecía en Congo. Fernando Turmo lo relató desde el horfanato de Tchimpounga. Este chimpancé era muy viejito; tenía ya 66 años. Ha vivido diversas etapas de la historia de Congo, incluyendo varias guerras.
La historia de Grégorie comenzó como la de otros muchos chimpancés. Nació en las frondosas selvas profundas del Congo en 1944. Muchas personas de Europa, España incluída, compran madera; muebles. Sin mirar. Sólo según su precio. Sin tener en cuenta su procedencia. Sin tener en cuenta todas esas cosas que os hemos contado a veces sobre la madera certificada FSC con garantías de sostenibilidad. En esta historia de hoy sucedió lo que en otras muchas: los madereros abrieron una carretera a través de la selva para llegar más y más lejos y poder talar grandes árboles para vender su madera en Europa. Gracias a estas carreteras que están permitiendo la destrucción de paraísos antes desconocidos, los furtivos sin escrúpulos están llegando también cada vez más lejos, allá donde ningún ser humano estuvo antes. Así fue como llegó, al corazón de las selvas del Congo, el furtivo que asesinó a la madre de Grégorie de un disparo. En presencia del pequeño Grégorie, como tantas otras veces, la madre fue descuartizada y ahumada para ser comida. Después, el pequeño fue llevado a la gran ciudad. Su feliz vida de inocente chimpancé nacido en la selva había terminado. El hombre había destruído su felicidad y su VIDA. Fue vendido como mascota, como otros tantos bebés chimpancé. El desaprensivo que lo crió de pequeño debió hartarse de él cuando cumplió unos meses, como siempre sucede pues se vuelven terriblemente fuertes y destructivos. Debió ser encadenado o enjaulado como tantos otros como él. Un buen día, esta persona, por "suerte", contacta con el zoo de Brazzaville, Congo. Allí permaneció ante la burla de los visitantes, que le daban de fumar cigarrillos, encerrado en una pequeña jaula con suelo de cemento. Posiblemente el trato de los visitantes le causase el cáncer asintomático de pulmón que, tras su muerte, se descubrió que tenía. Vivió encarcelado en aquel zoo durante más de 40 años hasta que apareció Jane por primera vez en 1990 y le descubrió; era un saco de huesos, completamente solo y deprimido. Había perdido incluso el pelo, que se arrancaba a tirones debido al estrés del terrible confinamiento. Aquello la marcó pues fue una imagen terrible. Fue la primera fortuna en la triste vida del pobre Grégorie pues Jane consiguió mejorar sus condiciones de vida esto y finalmente, en 1997, rescatarte para llevarle al centro de Tchimpounga, donde pasó su vejez de forma tranquila, acompañado, al fin, por un amor.
El pasado 17 de diciembre el bueno de Grégorie se reunió con su madre en algún lugar, tras 66 años. Rebeca Atencia, que dirige el centro de Tchimpounga, le enterró en la selva.
La pregunta de Fernando Turmo da mucho que pensar:
¿Cuántos Grégorie harán falta para que se pare de repetir esta trágica historia? ¿Quizás cuando los europeos comprendamos que un mueble o un suelo de madera africana tiene un precio oculto y oscuro que nunca viene reflejado en la etiqueta?.
David Nieto Maceín y Kajsa Aurell.