Hoy os traemos unas nuevas imágenes de diferencias. Hoy va de huellas en la arena de la playa.
Fijáos en esta primera imagen y, si no sabéis lo que es, intentad adivinarlo antes de seguir leyendo.
Fijáos en esta primera imagen y, si no sabéis lo que es, intentad adivinarlo antes de seguir leyendo.
¿Sabíais lo que es? Esa huella misteriosa en la arena no es de un tractor sino la que ha dejado en la noche una gran tortuga marina de la especie caretta caretta, a la que en Uruguay llamábamos “cabezona” por su enorme cráneo y a la que en España se llama “boba” porque se solea al sol flotando en la superficie del mar y, al llegar una embarcación, antes de poder sumergirse, necesita un tiempo para perder su flotabilidad positiva por lo que muchas son capturadas con relativa facilidad y otras mueren atropelladas por las embarcaciones que surcan nuestros mares con una absurda rapidez. Esas huellas, que dejan las tortugas al salir a desovar en la noche, quedan impresas en la arena de las playas desde hace decenas de miles de años, pues las tortugas marinas son tal y como las conocemos desde la época de los dinosaurios. Pero hoy en día hemos exterminado a la gran mayoría de la población de tortugas marinas y hemos destrozado la inmensa mayoría de las que fueron sus playas de puesta. Fijáos de nuevo en la foto anterior porque es una playa virgen del Mediterráneo oriental; la sacamos el año pasado y es uno de esos privilegiados y casi únicos lugares, de los últimos ya, que no han sido machacados por el ser humano en el Mare Nostrum y donde aún las tortugas tienen la posibilidad de salir en las noches sin luna, por aquello de las mareas, como lo han hecho durante los siglos de los siglos, llenando la costa de esperanza y maravilloso misterio. Ahora fijáos en esta foto sacada este año en Mallorca, España:
Comparadla con la primera. Desgraciadamente, la huella destacada en la imagen no es aquí de una tortuga marina sino de un tractor. Las máquinas recorren la arena cada noche, sustituyendo a las tortugas, para cribarla y eliminar restos vegetales y otras “impurezas” y que los turistas estén contentos de retozar en arena “limpia”. Imposible que ninguna tortuga anide en playas así y sin contar con que millones de turistas pisotean incesantemente la arena durante todo el santo día además de clavar miles y miles de sombrillas en cada centímetro de arena; el ecosistema de la playa ha sido totalmente destruído. Su dinámina natural totalmente adulterada. En otoño llegan los temporales y, como no hay hojas de poseidonea porque han sido eliminadas, el mar se lleva la arena desprotegida. Además, los cientos de puertos deportivos que se construyen por todas partes destruyen la costa y adulteran la dinámica natural de las corrientes. La arena que arrastra el mar se amontona en diferentes puntos y cubre grandes extensiones. Todas estas cosas hacen que las praderas de poseidonea, vitales para el Mediterráneo, se mueran. Entre otras muchas consecuencias, las playas quedan sin protección contra el oleaje y cada vez van perdiendo más y más arena. Cada año son más estrechas. Los ayuntamientos, soñando, como siempre, sólo en el dinero que el turismo masivo de sol y playa les proporciona, rellenan las playas como la de la foto con arena que sacan de los fondos marinos, destruyendo más aún lo que pudiera quedar de las praderas submarinas. La arena que ahí véis no es la que el mar ha depositado con cariño sino la que los humanos han puesto horadando los fondos. Este ciclo sin fin de destrucción es lo que ha condenado a la inmensa mayoría de las playas españolas del Mediterráneo, que en nada se pueden comparar ya a lo que fueron ni a lo que aún son algunas playas de otros puntos lejanos del mismo mar, allá en el oriente. Así que las fotos de hoy reflejan dos símbolos: el de la vida y el de la destrucción. El primero, esa huella de tortuga, huella milenaria, que queda impresa en la arena en noches especiales y con el noble fin de mantener el ciclo de la VIDA. Esa huella del ser marino que no emerge jamás del seno de la mar sino para esa ocasión mágica y especial. Es, por tanto, una caricia en la arena, una pintura mágica y maravillosa que queda a merced del viento y que en nada es comparable a la huella nefasta, horripilante, del tractor, destructor, que, rugiendo y humeando, remató, una vez más, el ecosistema de la playa.